jueves, 6 de septiembre de 2007

Crónica

El sufragio de Ulises

Javier Perucho

Los hijos del Bravo

En Estados Unidos residen ocho millones y medio de ciudadanos mexicanos, de ellos 3.5 millones viven indocumentados, según un informe de Conapo emitido en marzo de 2000. Otras fuentes aseguran que los expatriados ascienden a diez millones (Comisión de Especialistas, ife, 1998) o a veinte millones, como lo sostienen investigadores mexicanos radicados en EE UU, entre ellos Jesús Martínez Saldaña. Una demografía equivalente a la mitad o al total de la población de la ciudad de México —dependiendo de la fuente en que uno se ampare—, o al quince por ciento del padrón electoral mexicano. Ciertamente, la migración es una sangría de la que acaso el país nunca se recupere.
De manera periódica, 350 mil trabajadores mexicanos buscan empleos temporales en “América”, donde perciben ocho dólares por hora en la industria de la construcción, según el mismo informe. Los hogares mexicanos captaban remesas que ascendían a 6,573 millones de dólares en el 2000 enviadas desde Estados Unidos. Esas divisas representaban hasta ese año, para nuestra economía petrobananera, la tercera fuente de ingresos nacionales después del petróleo y el turismo.
Esos miles de mexicanos que emigran día por día, en el acto mismo de traspasar la frontera, pierden sus derechos de voto y representación. Hasta ahora los ordenamientos jurídicos vigentes no reconocen en la práctica cívica el sufragio ni el ejercicio de representación política de los connacionales que viven en el extranjero, donde quiera que se encuentren, ya sea en Europa, Australia o África.
En Estados Unidos los migrantes mexicanos conforman hoy en día a la comunidad ciudadana más numerosa —de las que integran su crisol— a la que todavía no se le reconoce derecho político alguno. No los tienen en aquel país por su condición de migrantes no naturalizados o indocumentados, tampoco en su patria, a pesar de que conservan su ciudadanía.
Increíblemente, los chicanos y los mexicanos del éxodo han sido olvidados o relegados de los estudios culturales que se realizan en México. Siendo que son, por una parte, la minoría étnica más claramente creativa en el conglomerado racial que da sustento a la vida nacional de Estados Unidos, junto con las comunidades latinas provenientes del Caribe (Cuba, Puerto Rico), Centro (El Salvador, Guatemala) y Sudamérica (Colombia, Argentina, Venezuela). Por la otra, el grado de incidencia que pudieran tener en la elección y rectificación de los derroteros de la ingrata patria que los vio partir.


Los primeros pioneros
Han vivido allá, en las márgenes del río, desde antes de que se firmara el tratado de Guadalupe Hidalgo. Están ahí desde las primeras décadas de la colonia. Son los habitantes originarios de las tierras fronterizas. Pioneros en domeñar los agrestes confines de la patria. Por los asentamientos humanos de origen hispánico que todavía se extienden de California a Florida, conformaron la base misma de la fundación de Estados Unidos.
Esos mexicanos en la Unión Americana en la actualidad son una presencia inocultable, una “hispanidad norteamericana anterior a [la sola idea de] Estados Unidos”, afirma Carlos Fuentes en “Mexicanos en EE UU: la reconquista silenciosa”, y que apostillo entre corchetes.
Al arrebatar el imperio la mitad de sus territorios a una república en ciernes, los mexicanos permanecieron en aquellas lejanas tierras, no sin sobresaltos, es cierto. Sobrevivieron al despojo, al desprecio y la humillación del anglosajón, al abandono de sus gobernantes, a la desidia de las instituciones.
Por las refriegas y contiendas de la revolución mexicana, una nueva ola migratoria de compatriotas tuvo como destino inmediato los territorios circunvecinos al norte mexicano; y los estados sureños fueron convertidos en santuario por los revolucionarios, y Vía de escape y tránsito por los refugiados que huían de la leva, los acosos y las incursiones militares de los bandos en pugna. Se asentaron, entonces, al otro lado de la línea fronteriza, en una geografía y un espacio que en otro tiempo les había pertenecido.
La segunda conflagración mundial fue otro de los imanes que succionó a cientos de miles de trabajadores mexicanos para laborar para la economía de guerra estadounidense, reemplazando a los hijos del tío Sam que luchaban en los frentes de guerra, en los que también nuestros compatriotas se enrolaron, combatieron y derramaron sangre por sangre, luchando codo a codo con los otros milicianos aliados a nombre de la patria de las siglas.
Ésos fueron, grosso modo, algunos de los principales factores de atracción que persuadieron a los migrantes mexicanos, sumados a la miseria y la estulticia del gobernante en turno, hasta la década de los años sesenta.
Los respectivos factores de expulsión que le corresponden al antiguo régimen, a la blanda dictadura del priato, remiten principalmente a sus ficciones políticas: la bonanza petrolera, la apertura democrática, el ingreso al primer mundo… Los de la transición todavía están por verse, aunque ya se prefiguran sus líneas argumentales, que siguen aplicadamente los esbozados arriba, aunque se ha añadido el supuesto de la heroicidad de los “paisanos”.
Así, la suma de esas atracciones y expulsiones dio origen a un conglomerado humano que asciende a la extraordinaria demografía de entre nueve y veinte millones de mexicanos asentados en territorio estadounidense, arraigados ya no sólo en los estados tradicionalmente receptores (California, Texas, Arizona), sino transplantados en los más distantes (Connecticut, Nueva York, Illinois) e incluso han llegado a Canadá (Vancouver, Ancorage). Diáspora que proporciona, hoy en día, a las arcas nacionales la segunda fuente de divisas; la primera proviene de los recursos del petróleo, y la tercera, de la derrama monetaria del turismo.
Esa demografía y fuentes de riqueza nacionales no encuentran su correlato en la respectiva igualdad jurídica y política. Ningún conciudadano residente en el extranjero en Estados Unidos, Oceanía, África o ya en Europa, tiene hasta ahora derecho al voto y a la representación política en su patria nativa; es decir, a sufragar y a ser votado, a pesar de ser derechos consagrados en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, plasmados en los artículos correlativos 35 y 36, pero no realizados formalmente en su práctica cívica. Ésos son dos de los principales derechos conculcados desde que el primer migrante mexicano andando cruzó la frontera en busca de sustento.


El voto de los migrantes
Ahora bien, el reconocimiento de los derechos conculcados (el voto y la representación) tiene una dilatada historia que se remonta a la segunda década del siglo xx. Para lograrlo, en marzo del año pasado una delegación de migrantes visitó la ciudad de México a fin de entrevistarse con los protagonistas de la política nacional para demandarles la vigencia de su derecho constitucional. Provenían de los más distantes estados de la Unión (Arizona, California, Illinois, Texas e incluso de Toronto, Canadá), mujeres y hombres con diversas profesiones, oficios y militancias políticas: líderes comunitarios, empresarios, doctores, activistas políticos, profesores. Todos son mexicanos que conservan y preservan tanto su nacionalidad como su ciudadanía. Residen feliz y documentados en Estados Unidos, apesadumbrados por el incierto retorno a la suave patria.
Los integrantes de esa delegación pertenecen a la Coalición por los Derechos Políticos de los Mexicanos en el Extranjero (cdpme), quienes empezaron a llegar la madrugada del martes 12 de marzo del 2002; se hospedaron en casas particulares y hoteles. En su retorno a la patria nativa cada uno de los Ulises solventó sus gastos. Nadie los patrocinó. Tampoco nadie los apadrinó para organizar y cubrir su dilatada agenda política. A la mañana del miércoles 13 sumaron cuarenta exodistas que llegaban del viejo Aztlán a exigir el reconocimiento de sus derechos, encendida la nostalgia del terruño; llegaron asistidos por la verdad y el derecho, pertrechados con el principio de autoridad que otorga la causa justa y la representación política de los mexicanos en el éxodo.
La cdpme es una agrupación política que se conformó en Zacatecas el 1 de diciembre del 2001, para cobijar las demandas políticas de los mexicanos en la diáspora (voto y representación política); sus atributos son la tolerancia, la pluralidad democrática y la inclusión política. Los miembros que la integran están diseminados en la república mexicana y en Estados Unidos.
El documento programático que los aglutina, la Declaración de Zacatecas, asienta que “el reconocimiento, defensa y promoción de la dignidad y los derechos humanos, laborales y políticos de las mexicanas y mexicanos que residen en el extranjero son de interés público y constituyen una prioridad nacional”, declara que los derechos políticos deben reconocerse en las leyes correspondientes: “Los cambios constitucionales aprobados por el Congreso de la Unión en l996 sobre la no pérdida de la nacionalidad y el derecho al voto deben reglamentarse en leyes secundarias a fin de que posibiliten su ejercicio. Para ello servirá, además, apoyarse en [los] acuerdos internacionales adoptados por México que se refieren a los derechos de voto y representación política de las ciudadanas y ciudadanos que residen en el extranjero”, apoyados en la arraigada convicción de que el ejercicio del voto y la representación política fortalecerá a la nación, consolidará los avances logrados en los procesos electorales, enriquecerá el sistema de representación y contrapesos del sistema político, y “sobre todo, logrará que se reconozcan, no que se ignoren, la dignidad, derechos y capacidad de las mexicanas y mexicanos en el extranjero para la construcción de un México más fuerte, justo e incluyente”.
Para abrir los espacios de diálogo requeridos, un compacto grupo de trabajo —Primitivo Rodríguez Oceguera, Leticia Calderón Chelius, Gerardo Albino, Gonzalo Badillo, Juan Manuel Sandoval, Vanessa Michel y este relator— con domicilio en la ciudad de México, concertó citas en función de contactos y amistades, organizó conferencias, convocó a la prensa nacional y gringa, limó naturales asperezas entre las personalidades, los protagonistas y los líderes. Radio, televisión y periódicos dieron noticia cierta de los avatares de la delegación en sus encuentros con el Congreso, el Senado, Presidencia, Gobernación, ife y líderes partidistas.
Luego de infructuosas peticiones, la primera actividad de la delegación del miércoles 13, fue una visita a la residencia presidencial, lograda por las gestiones de un exitoso empresario integrante de la coalición. Llegamos en un autobús facilitado por Juan Hernández, ex titular de la Oficina Presidencial para Mexicanos en el Exterior —único favor aceptado, pues nos era imposible desplazar a cuatro decenas de gentes en taxi, microbús o metro, y recibido por el factor financiero: ni haciendo una vaca entre los siete nos alcanzaría para pagarlo.
Allí, en el Salón de Usos Múltiples, mientras nos convidaban café y agua, Juan Hernández saludaba a todos y cada uno, abrazaba, recordaba viejas caras de compatriotas en el exilio. Carlos Olamendi, empresario de California y artífice del encuentro, expuso en forma sucinta los motivos de la visita. Proyecto en mano, le respondió Hernández, quien ofreció su oficina, buenas intenciones y gestión para reconocer el voto de los expatriados. Luego, mientras el anfitrión y sus invitados se tomaban la foto del recuerdo, sin más aviso que la visita apresurada de un ujier militar, se apersonó el mismísimo señor presidente. Compromisos de campaña obligan. Aplausos prolongados. El mismo rito de las manos, el abrazo y el reconocimiento. Jovial aunque cansado, Vicente Fox expresó su beneplácito para lograr el sufragio de los connacionales que viven y trabajan allende el Bravo. Y así como llegó, se fue, previas fotos, saludos y más abrazos. Y aunque no hubo ni codazos ni empujones para acercársele, la simpatía por el ex mandatario fue unánime entre los delegados.
Se fueron huyendo de la miseria y al volver como promotores del voto, son recibidos por el gran Tlatoani en persona y en su propia casa. Sus expectativas quedaron colmadas. Esa recepción fue un benéfico augurio para el resto de las siete casas que faltaba por visitar. La siguiente se encuentra en Bucareli.
Salimos apresurados de Los Pinos para dirigirnos al colonial Palacio de Cobián, donde nos recibió el secretario de Gobernación, Santiago Creel, acompañado por Juan Molinar Horcasitas, José de Jesús Preciado y Juan Hernández, quien se cuela entre la comitiva. Al llegar el jovial ministro no hubo más rito que reconocer a los interlocutores por su nombre ciudadano. El ministro ante los migrantes —cada uno con personalizadores frente a su silla, en la gran mesa rectangular que aloja el Salón Juárez— expresó voluntad política para empujar la demanda ante las instituciones, como otro paso firme y andado de la transición política.
Y como en Presidencia, expuso el asunto otro miembro de la delegación: fue el turno del curtido Raúl Ross Pineda, quien realizó una glosa “de la lucha” sin proclamas, ni consignas, ni demagogia. Una clara exposición de motivos, directa, sin altibajos retóricos. Al centro de la diana. Si no impresionó a los funcionarios, al menos se percataron de las convicciones que animan a estos compitas. Un día después, en una reunión en Dallas (Texas) con los medios hispanos el secretario convalidó su palabra.
Más tarde, en el auditorio del Instituto Mora, se realizó un foro académico animado por Leticia Calderón (una chica linda que me mandó al carambas apenas le sugerí que moderara en minifalda), donde polemizaron los doctores Jesús Martínez Saldaña, por parte de la cdpme; Jorge Santibáñez, director de El Colegio de la Frontera Norte; el ex embajador José Ángel Pescador y el especialista Rodrigo Mora, quienes discutieron la viabilidad del voto, la naturaleza de la representación electoral, las remesas, los costos financieros y políticos en caso de reconocimiento del derecho a votar y ser votados. En las dos horas que duró, se ventilaron las dudas, opiniones de los principales especialistas en la materia, así como las convicciones y anhelos de los representantes de la diáspora.
La jornada duró hasta la madrugada en un hotel de la colonia Juárez, convertido en cuartel, actualizando la agenda, programando las intervenciones, afinando la logística del día siguiente.
Jueves a primera hora. En la Cámara de Diputados asistimos a un foro en el que se ventilaron los derechos políticos de los mexicanos en el extranjero, logrado por las gestiones del siempre animoso Gonzalo Badillo, quien también modera la mesa que reúne a los diputados de los partidos políticos que tienen representación en el Palacio Legislativo (pan, prd, pri, pt, pvem) y, por parte de los emigrados, el multi laureado Rufino Esteban Domínguez Santos, coordinador del Frente Indígena Oaxaqueño Binacional, mixteco con residencia en Fresno, California. Más que tedioso, fue un acto proselitista al que debieron asistir los legisladores para exponer sus carteras políticas. Poca asistencia que se remedia con el público cautivo de los integrantes de la delegación, disgregada parcialmente, ya que sus militantes más elocuentes fueron a cubrir una entrevista en Radio Red con José Gutiérrez Vivó, quien se interesó, según me cuentan, vivamente por el asunto, en una conversación abierta que tuvo buena recepción entre sus radioescuchas.
Al inicio de la tarde, tenemos reunión en la casa hiperlimpia del pan con su dirigencia, previa ingesta de tortas —insípidas, frías y gratuitas— en el comedor de ese instituto político. No llega a la cita prevista su ex presidente, Felipe Bravo Mena, por razones de agenda. Nos despedimos de los anfitriones, no sin antes instruir a varios delegados para que permanezcan ahí hasta que aparezca Bravo Mena. El tiempo se acaba y tenemos otra cita ya concertada en la antigua fortaleza del pri, en otro tiempo imbatible. Arribamos al edificio de San Cosme con puntualidad, pero Roberto Madrazo no se encontraba por razones políticas: tenía reunión con el secretario de Gobernación para abordar el problema de la fructuosa; al menos eso nos dijeron. Nos recibe y habla parte de la recién nombrada dirección; por parte de la coalición modera Gerardo Albino, exponen la demanda Luis de la Garza y Noé González, migrantes ellos mismos e integrantes del cen priísta, adelantados de la propedéutica democrática priísta.
En la otra casa, finalmente apareció el líder del pan, pidió disculpas por el retraso; los compañeros asignados, entre ellos Ross Pineda, le expusieron la naturaleza de la visita a su casa. Reunión que, me comentaron más tarde, fue muy grata, amable y productiva en su definición política.
De la reunión en la sede priísta salimos corriendo a la calle de Monterrey. Edificio envejecido. Puertas abiertas de par en par: ningún guarura, ningún edecán, hormigas obreras en los panales anteriormente visitados. Cero lujos. Apenas agua nos convidaron. Explica la demanda Florencio Zaragoza, quien primero expone las triquiñuelas de ciertos miembros del sol azteca para impedirle que fuera postulado candidato de dicho partido a puesto de elección popular.
La entonces presidenta del partido, Amalia García —atareada en la preparación de las elecciones internas— nos recibió hacia las ocho de la noche. Radiante, expresó su voluntad y convicción de abrir los espacios institucionales para encausar la demanda del sufragio y la representación de los mexicanos en el extranjero, que ascienden a cerca de tres mil votos en el padrón del prd, según una nota escrita a mano en un cachito de papel reciclado que le acercaba uno de sus asesores; ninguna fuerza apabullante, pero tampoco despreciable para un partido que brega para salir del mar de los sargazos en que ha encallado.
Casi a las diez de la noche regresamos al hotel Ejecutivo. Otra vez la jornada terminó a la medianoche.
En la mañana del viernes 15 nos recibieron en la Torre del Caballito. La Comisión de Asuntos Fronterizos abrió sus puertas a la delegación. Un desayuno sesión de trabajo en el que, sin haber campaña de por medio, florecen las promesas, disputas y recriminaciones. Sin embargo, sus integrantes se comprometieron a impulsar la demanda en el pleno del Senado.
Al terminar la sesión, los delegados se dividieron en dos. Unos para ir al ife y otros para acudir a la casona de Xicoténcatl, que abrió justo ese día un nuevo periodo de sesiones y, en un receso del mediodía, los recibiría. Y así fue: Jackson, Fernández de Ceballos, Sodi y Lavara, integrantes de la Junta de Concertación Política, escucharon atentamente las demandas del voto y la representación política, expuestas nerviosamente por Olamendi y Badillo. Parece que las entendieron. Me lo platicó Gonzalo, por que yo me sumé a los compañeros que se dirigieron a Tlalpan.
Al punto del mediodía una docena traspasamos las puertas del ife. Una delegación reducida, ciertamente. Pero hablan Ross y Primitivo con suficiente ahínco como para remediar esa carencia de fuerza numérica. José Woldemberg expone su verdad jurídica: mientras no sea mandatado para organizar elecciones extraterritoriales, la institución a él encomendada está imposibilitada de organizarlas. Despeja incógnitas, aclara cifras, puntualiza costos, menciona procedimientos, obsequia monografías y estudios electorales, que fueron en su momento las más logradas prospectivas del voto en el extranjero. Todo estaba listo; faltaban sólo las instrucciones ejecutivas.
Al término de la sesión con el ciudadano Woldemberg, como tenemos tiempo suficiente vamos a un restaurante de las inmediaciones. Ahí comemos como dios manda por primera vez en lo que va de la gira. Hasta a los choferes del autobús que nos llevan y nos traen por la ciudad les toca torta. Ulises consuma su nostalgia del taco.
El último punto a cubrir de la agenda estaba programado a las seis de la tarde. Ahora sí diezmados, ya que algunos miembros regresaron al país de las siglas (EE UU) la noche anterior o hacia el mediodía del jueves, fuimos a encontrarnos con la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados: Calderón Hinojosa, Narro, Carbajal Moreno, Spezia, Batres, quien se integró ya iniciada la sesión. Dicharachero, jocoso, aunque certero en sus juicios, el ex líder de la bancada panista reconoció aportaciones de los migrantes, la necesidad política de legislar el voto de los expatriados; sugirió mecanismos y aconsejó procedimientos legislativos para la mejor recepción de la demanda planteada. Tomamos nota.
El sábado, a las 8 de la mañana, realizan una grabación en los Estudios Churubusco de una entrevista que se transmitió por Canal 22 en el ya descatalogado programa Sin Fronteras, que dirigía el profesor itamita Rafael Fernández de Castro. Una hora más tarde, conferencia de prensa para despedir y evaluar los trabajos de la delegación. Asistieron seis o siete periodistas de diferentes medios, que tomaron nota y grabaron los dichos de Rodríguez Oceguera y de Martínez Saldaña. De la docena de miembros que permanecieron hasta el sábado, ocho estuvieron en un desayuno programado con el ex coordinador nacional de las Oficinas Estatales de Atención a Migrantes, Mario Riestra, a la que nos integramos terminada la conferencia. No ofrezco detalles porque de la reunión apenas alcancé huevos tibios y café. A su término (14 hrs.), gran comilona en un desolado bar de la Zona Rosa. Convivio en el que reina la camaradería, el optimismo genuino de que pronto se reconocerán jurídicamente los derechos de los compatriotas expulsados. La esperanza se asienta en la convicción de la lucha justa; de los migrantes es la razón, suya la justa demanda. Su reconocimiento tendrá efectos sociales, culturales, políticos y psicológicos hasta ahora impensados entre los “ilegales”, que verán en él una forma de reconocimiento, la dignificación de su maltrecha humanidad, el fortalecimiento de su arraigada nacionalidad, el acercamiento con la patria, el terruño y la tierra nativa.
Del barcito salimos a altas horas de la noche hacia el Gran León para despedirnos con un bailongo reivindicativo, otro brindis entre el gran combo de los coaligados aferrados. Sudados, bailados y casi ebrios, nos despedimos al alba en esa parte del Centro Histórico cada vez más envilecido, silencioso y maloliente.

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